Vagabundeaba
por las doradas arenas de la Playa de Gran Tarajal…También su cabello era
dorado, cascado y rizado por el sol. Iba desnuda y con sus pecas tostadas.
“¿Qué hace esta loca en pleno Estado de Emergencia?”, pensé.
No
tenía pinta de ser extranjera, pues su mirada la delataba. Siempre he pensado
que las miradas son el origen de nuestras raíces, seas blanco, negro o chino.
De repente, me saludó, me hizo un gesto muy familiar para mí y gritó:
- Hace tiempo que te espero - dijo la chica.
- ¡Hola! - contesté yo.
- ¿Bajas o no?- preguntó ella con una sonrisa que le llegaba de oreja a
oreja.
Jamás había vivido un
estado de emergencia, que más bien parecía una película de ciencia ficción, y
llegué a pensar: ¿será esto un sueño o una pesadilla? Sueño por la invitación
del ser más hermoso que había visto en toda mi vida; pesadilla porque ante el
Estado de Emergencia y por mucho que me atraiga una mujer, no iba a arriesgarme
al contagio del que llaman COVID-19, el coronavirus que nos tiene a todos
presos en nuestras casas.
- Perdona, tía, ¿necesitas algo?
- ¿Cómo que tía? Déjate de bromas, Pipo, que tu tía hace años que se murió
en las tomateras.
- ¿Qué tía y qué tomateras, loca? ¿Y cómo sabes que me llaman así?
El apodo de Pipo lo heredé de mi abuelo, Pipo hijo; pero nadie me
llamaba así, excepto en mi casa y como recuerdo de mi bisabuelo, Pipo. Así
llamaron a mi bisabuelo Pablo después de beberse una pipa de vino que trajeron
una vez de Lanzarote en una falúa. Dejó a los demás sin el mosto de uva
fermentado y estuvo enfermo en su casa durante varios días: primero con un coma
etílico y luego con espasmos musculares y fuertes dolores de cabeza.
- ¡Loca será tu madre, tolete! - gritó ella
- ¡Oye, que yo no te he insultado, tronca! – respondía a los gritos.
- ¿O bajas ya o me voy, Pipo? – concluyó ella.
- ¡Y dale con Pipo…! ¡Pero tía, qué estás desnuda y los picoletos están por
ahí!
Puso una cara extraña y se
largó hacia el muelle, mirando hacia todos los lados. Se dio cuenta de que todo
había cambiado y que sí, que iba desnuda. Regresó a donde estaba y ahora, a los
lloros, me suplicó que fuera a recogerla.
Me dio
pena y bajé las escaleras del piso de mis padres. Se habían cambiado las
tornas, porque mientras yo estaba aquí, ellos habían ido a Gran Canaria por
temas de salud: mi padre se recuperaba de un accidente de coche, mientras que
mi madre estaba quedándose en la casa de mi hermana sin poder ir a visitarlo.
Yo estaba estudiando la INEF en Gran Canaria y me encontraba aquí, pasando unos
días de descanso después de los exámenes de enero y febrero.
- ¡Toma, ponte esta toalla, sube a mi casa y que pase lo que pase! – le
dije al encontrarla.
- ¿Sigues con mascarillas y caretas? ¡Sácate eso un momento, por favor! –
me pidió ella, dándome un apasionado beso después.
- ¿Pero qué coño haces, tía? – pregunté enfadado.
“¡Al carajo virus, al carajo infecciones…! ¿De qué me suena esta
tía?”.
Subimos a la
casa de mis padres de manos y sin parar de besarnos, mientras Matilde se
sorprendía y preguntaba por todo, ¡hasta por la televisión! Le dije que se
duchara, que iba a buscar ropa de mi hermana para ver si le servía. Sin darme
cuenta, me metió en la bañera con ella y empezó a rozar todo
mi cuerpo con sus suaves manos. Lentamente me desnudaba, mientras
sus dedos y su boca exploraban las partes íntimas de mi cuerpo, como si las
conociera de toda la vida. Ahí fue cuando exploté y comencé a disfrutar de
ella, de sus gruesos labios, de sus dulces pechos y del centro del universo…Nos
pasamos todo el día haciendo el amor y fundiendo nuestros cuerpos en un éxtasis
permanente.
Al despertarme al día
siguiente, desapareció; pero dejó una nota que no entendí: “he cumplido mi
promesa… he vuelto con la gripe”.
Pasaron
los días y no podía olvidar a Matilde, ¡Matilde…qué bien sonaba su nombre y qué
extraños recuerdos me traía!
¿Por qué me
traía recuerdos y por qué me sonaba de algo? A la semana de su ausencia sufría,
me angustiaba el hecho de no poder saber nada de ella. Ni había sido un ligue
más ni una necesidad sexual satisfecha, de eso estoy seguro. No podía parar de
pensar en ella, en sus profundos ojos castaños, en su dorado pelo rizado, en su
cintura en forma de guitarra…¡Y sobre todo en su sonrisa, en su eterna sonrisa!
Pasó el
tiempo y seguía pensando en ella. Pregunté en el puesto de Guardia Civil de
Gran Tarajal…¡Nadie sabía nada de una tal Matilde con esa descripción! Las
mismas respuestas me dieron en el Ayuntamiento de Tuineje, en el de Pájara, en
el de Antigua e incluso en el de Puerto del Rosario.
No me
explicaba el hecho de que ella preguntase por la tele o por el microondas…Me
aseguraba que jamás había visto “esas cosas” ni sabía para qué servían. Al
principio pensé que era una loca que hacía tiempo que me seguía obsesivamente por el Instagram o
por Facebook.
Cada
noche soñaba con episodios raros, con accidentes de alguien de quien estaba
locamente enamorado. Otras noches, mi habitación se helaba y mis sueños iban
hasta las profundidades del mar. El pomo de mi habitación se helaba
completamente por las noches.
Lo de
los sueños tenía explicación, pues jamás creí en las interpretaciones que de
ellos hacía Freud o en las chácharas de esas locas que echan el tarot o te
leen las manos; ¿pero lo de la temperatura fría? En la casa de mis padres no
hay aire acondicionado, porque mi madre es alérgica a él.
Decidí
entonces contárselo a mi abuelo, quien extrañamente no se sorprendió. Luego de
darle un sorbo de tabaco fuerte a su pipa, me respondió:
- Todo ocurrió durante la Primera Guerra Mundial, Pablo. La “Gripe española”,
llamada así por ser en España donde primero se habló de ella, llegó a esta
isla. Parece ser que también se generó en China o Francia hace un siglo. Cien
años de aquello y ahora tenemos el COVID-19.
- ¿Y qué tiene que ver una cosa con la otra, abuelo? – Le preguntaba
mientras yo me hacía una cachimba de shisha.
- Nada, supuestamente nada… - respondió él con una mirada que ya conocía.
- ¡Venga, abuelo, cuéntame lo que sabes, que estoy cagado de miedo por las noches
solo en esa casa! – le rogué yo.
- Si te cuento algo, me meten en una de esas residencias de la muerte…¡Por
loco! – aseveró él con vehemencia.
- ¡Qué no, coño! Perdón por el coño – dije yo.
- Mi padre estuvo profundamente enamorado de Matilde antes de casarse con
mi madre, una chica que vivía muy cerca del actual muelle de Gran Tarajal. Tu
bisabuelo la amaba con toda su alma. Eran tiempos de la gripe y recomendaban no
salir a la calle. Aún así, Matilde enfermó de la “Gripe española”.
- Ya, y murió de eso, ¿no? – Interrumpí yo el relato de mi abuelo.

- ¡Vale, vale…perdona, abuelo, yo jamás he dudado de nada de lo que me
cuentas o de tus refranes! – repliqué yo en forma de disculpa.
- ¡Bueno, pues Matilde no quería seguir encerrada en su casa y pensó que el
mar la curaría, como otras veces ha sanado a personas con reuma, asma, etc.!
Mi padre la vio en el agua y fue a por ella, pero fue demasiado tarde, porque moriría ahogada. Antes de morir, le dijo:
Mi padre la vio en el agua y fue a por ella, pero fue demasiado tarde, porque moriría ahogada. Antes de morir, le dijo:
“Volveré con la gripe, mi amor, para
darte mi último adiós”.
Estimado Moira, imagino que habrás sido tú la persona que ha eliminado el comentario. Lo digo porque yo no he censurado nada, como alguien se podría pensar. Me parece un relato juvenil, con un tinte romántico (apariciones del más allá, pasión amorosa, etc.) y cierto misterio, que suele gustar a los jóvenes lectores. ¡Buen trabajo!
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