Lejos de formular más teorías “conspiranoicas” con respecto al COVID-19, pongo a la Literatura como modo de tratar de entender la realidad o, quizás, de deformarla con el fin último de entretener…
Mucho
se ha hablado sobre la novela The Eyes of Darkness, escrita en 1981 por Leigh Nichols,
seudónimo de Dean Koontz. En ese libro que me leí hace poco, un virus letal
creado en la Unión Soviética, llamado “Gorki-400”, era un arma biológica a la que los estadounidenses trataban
de buscar antídoto en unos laboratorios subterráneos y secretos entre las montañas de Nevada.
En la
edición de 1989, parece ser que salió
Wuhan-400 (no me he leído
esa edición) y ya firmada con el nombre real: Dean Koontz.
Desde un
punto de vista literario, la novela no es gran cosa, siendo sinceros. Parece
hecha simplemente para vender y posteriormente llevarla al cine (no sé si ya lo
han hecho).
Dejo algunos fragmentos de la edición original,
la que sí me he leído, procurando no “destripar el final” o de hacer “spoiler”
(como ustedes lo llaman a hora):
“…un científico ruso llamado Iliá Papáropov
desertó a Estados Unidos, y trajo consigo un expediente en microfilme de la más
importante y peligrosa nueva arma biológica soviética de la última década. Los
rusos la denominaban «Gorki-400», porque la habían desarrollado en sus laboratorios
de investigación del ADN, situados en las afueras de Gorki, y se trataba, además, de la cepa
viable que hacía la número cuatrocientos de los organismos artificiales creados
en dicho centro de investigaciones.
»“Gorki-400” es un arma perfecta. Afecta sólo
a los seres humanos. Ninguna otra criatura viviente puede transportarla. Y, al igual
que la sífilis, “Gorki-400” no puede sobrevivir fuera de un cuerpo humano vivo
más allá de un minuto, lo cual significa que no puede contaminar de manera
permanente objetos o lugares completos, como sucede con el ántrax u otras
bacterias virulentas. Y cuando el huésped muere, el “Gorki-400” perece con él
escaso tiempo después, en cuanto la temperatura del cadáver desciende por
debajo de los treinta grados…”
“…el «Gorki-400» tiene otras ventajas
igualmente importantes sobre la mayoría de los agentes biológicos. Por una
parte, uno se convierte en portador infeccioso sólo cuatro horas después de
haber entrado en contacto con el virus. Y ése es un extraordinariamente breve
período de gestación.
Una vez infectado, ya no se vive más allá de
veinticuatro horas. La mayoría muere en sólo doce horas. El índice de letalidad
del «Gorki-400» es del ciento por ciento. Nadie puede
sobrevivir. Los rusos hicieron pruebas Dios sabe con cuántos presos políticos.
Jamás pudieron encontrar un anticuerpo o un antibiótico que fuese efectivo contra
el «Gorki-400». El virus emigra al bulbo raquídeo, y desde allí comienza a
segregar una toxina que, literalmente, se come todo el tejido cerebral, del
mismo modo que el ácido de una batería disuelve la estopilla. Y así destruye la
parte del cerebro que controla todas las funciones autónomas del cuerpo. La víctima,
simplemente, deja de tener pulso, los órganos no le funcionan o ya no hay
impulso respiratorio…”
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