Tuvo que ser el COVI-19, que no es un jugador de fútbol, el que obligó a parar a un mundo que estaba en medio de guerras comerciales y de acusaciones entre los chinos y los estadounidenses (ya no se emplea “la leña” como antaño: ataques armamentísticos y humanos por tierra, por mar y por aire). Los primeros acusan a los segundos de haber creado el virus con mayor propagación en la historia de la humanidad; los segundos, en modo guasa de “kungflu”, al más puro estilo irresponsable de Donald Trump, encausan a los primeros de haber hecho una jugada maestra de ajedrez, en la cual los chinos sufren un jaque, quedando como las víctimas, para luego acabar con el enemigo con un jaque mate.
Pedro R. Mederos Díaz.
A todo esto hay que añadir las hipótesis de que si las grandes élites están detrás de “la peste del siglo XXI” (como algunos la denomina ya), con el Grupo Bilderberg (familias Rotschild, Rockefeller, Morgan, Du Pont…) al frente o con reconocidas multinacionales farmacéuticas (sí que es verdad que muchos laboratorios estuvieron investigando otros tipos de coronavirus), etc.
Lejos de “teorías conspiranoicas” de uno y otro lado, mirando de reojo las amenazas de Vladimir Putin, comparando la “Ira de Dios” con la suya para amenazar a todo el mundo (¡cómo si él, en caso de beneficios, no tomara parte del botín de la multinacionales farmacéuticas!), y con la población mundial en estado de terror y de emergencia, lo cierto es que el poder de este virus era y es destructivo en tres aspectos: uno, en su propagación; otro, en el hecho de que colapsa todo el sistema sanitario, hasta el punto de convertir en ruleta rusa a los casos de emergencia (si ya los hospitales tienen un reducido número de camas, las unidades de cuidados intensivos de los nosocomios no dan para tantos casos cardio-respiratorios graves, ante lo cual habría que aplicar “técnicas de épocas de guerra”: obligar a los médicos a decidir no intubar a algunos pacientes muy viejos, como está ocurriendo en Italia); el último, la grave crisis económica que afectará y que ya está afectando a los autónomos y demás personas que no cobran del dinero público (mi persona cobra de “lo público”).
Hubo “muchos negacionistas” que se reían del bombo y platillo que se le estaba dando a todo este tema, priorizando otros asuntos de los que ni toca hablar ahora ni apetece siquiera mencionarlos. Alguno dirá que yo pude actuar así de alguna u otra manera; podría ser, aunque siempre estarán ahí los textos periodísticos que sobre el trato mediático de esta enfermedad repartí a mis alumnos (la finalidad fue, es y seguirá siendo la de siempre: fomentar la opinión crítica entre ellos, sin intentar manipularlos. Sí, porque para ser sinceros: de una forma u otra se llega a condicionar en cierta medida el pensamiento de nuestros discentes, por mucho que uno trate de evitarlo).
¡Y ya por último, llegan las teorías panteístas de que la Naturaleza está castigando a la raza humana y que habrá un antes y un después de esta pandemia mundial! Sí, es cierto: muchos decrecionistas hemos visto las imágenes de peces, cisnes y hasta delfines en las contaminadas aguas de Venecia, hoy cristalinas…Ilusiona, por supuesto, y nos queremos agarrar al clavo ardiente de un nuevo milagro de la Madre Naturaleza, ¿pero existen los milagros en tiempos de capitalismo salvaje y consumista (National Geographic habla de imágenes manipuladas)?
Esta pandemia del COVI-19 nos ha hecho más humanos, nos ha permitido volver a soñar con un mundo mejor y en armonía con la Madre Naturaleza. ¿Acaso es poco regalo el de soñar con un planeta limpio en el cual podamos vivir en confraternidad?
Ya no solo nos acordaremos de un CR7, de un G7 o de un ÍBEX 35, sino también de un COVI-19 que nos recordó que hemos ocupado durante mucho tiempo el lugar de otros animales en el planeta…Las civilizaciones pasan, sobre todo las que están desunidas y compiten entre ellas, pero la Naturaleza es eterna...
Pedro R. Mederos Díaz.
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